Desastres naturales: El Haití pobre, a propósito del Japón rico
Julieta Arias Vázquez
“Haiti Stands With Japan” es un vídeo que circula en Youtube, en el que aparecen dos niños haitianos observando en una computadora portátil la devastación del tsunami en Japón. Uno de ellos se emociona recordando lo que ocurrió en su país, e incluso llora de impotencia: “estoy demasiado lejos para ayudar a esos niños (japoneses)”. Catorce meses separan al terremoto que devastó hace un año Haití, del sismo seguido de tsunami que azotó Japón el pasado día 12.
Los desastres naturales no eligen a quién golpear, si ricos o pobres; si bien está claro que los ricos lo tienen más fácil para afrontar un sismo de estas características.
Haití es el país más pobre de América Latina, mientras que Japón es la tercera potencia económica mundial, después de Estados Unidos y China. En Haití el terremoto fue de una magnitud de 7 grados en la escala Richter, mientras que 9 puntos significaron la devastación de la costa del Pacífico de Japón. En efecto, el terremoto asiático fue infinitamente superior al caribeño; sin embargo en Haití hablamos de 316.000 muertos, y en Japón, son de momento 8.805 muertos, más un importante número de desaparecidos, cuyas cifras todavía están por esclarecer. Prueba de las desigualdades en cuanto a las infraestructuras, es que la mayoría de los edificios nipones han resistido al terremoto, incluso en las zonas más afectadas.
Una de las grandes diferencias entre estos dos desastres naturales es el riesgo en Japón de una catástrofe nuclear, debido a la explosión de dos plantas atómicas. Es por ello que las autoridades niponas han ordenado evacuar a la población en 20 kilómetros a la redonda del reactor de Fukushima. En Haití no hay centrales atómicas, la preocupación de sus habitantes más bien es poseer electricidad.
Diferente es también el apoyo económico internacional a ambas catástrofes. A diferencia de Haití, el gobierno de Tokio ha aceptado sólo 15 de los 102 ofrecimientos de ayuda de gobiernos extranjeros, aceptando solamente la ayuda de equipos de búsqueda y rescate. Algunas ONG pidieron a sus partidarios donaciones para Haití, y no para Japón. La solidaridad no es parcela de los ricos, como demuestra el caso de que incluso un país tan pobre como Afganistán se comprometiera con 50.000 dólares para los damnificados nipones. Hablando de ayudas, parece que las promesas económicas sirven sobre todo para quedar de “buenos” ante el horror difundido por los medios, simples palabras que después se lleva el viento. Prueba de ello es que, según una comisión del Senado dominicano, tan sólo el 1 por ciento de la ayuda internacional prometida ha llegado al pueblo haitiano.
Otra de las diferencias que quisiera resaltar aquí, es la cobertura efectuada en ambos desastres por los medios de comunicación de masas. En los últimos años parece estarse cultivando una cultura del morbo y la sangre en los medios. Prueba de ello fue la cobertura casi pornográfica efectuada en Puerto Príncipe. Sin embargo, esta vez, las televisiones no grabaron imágenes de muertes japonesas, más bien imágenes de edificios, coches y rescates. Quizás es que, la dignidad de las víctimas de un país pobre no es tan importante.
Los dos niños haitianos que relaté al principio son la excepción, puesto que la mayoría de sus conciudadanos viven ajenos a la catástrofe en Japón. La realidad del mundo para ellos no es lo que irradian los televisores -que no tienen-, sino que es el hambre, la miseria, la delincuencia, la enfermedad, las violaciones a mujeres, y una -millonaria- ayuda internacional que parece no revertir en la población. Todavía son dos millones de personas las que viven en campamentos en condiciones infrahumanas, sin electricidad ni seguridad. Mientras tanto, se aguarda en el país el resultado de las elecciones presidenciales en segunda vuelta, que se debate entre una ex primera dama y un cantante.
La naturaleza obedece a leyes propias, y catástrofes como éstas nos reduce a nuestra más humilde condición, la de seres humanos, más allá de lo material. Los países ricos pueden recuperarse de estas tragedias, y ésta pasa a ser un capítulo triste de un libro de historia. Sin embargo, cuando ocurre en un país pobre, supone el inicio de una historia todavía más triste.
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